Este es un cuento de princesas, torres y príncipes encantados (?)
Era invierno en la ciudad del Viejo Continente. Llovía incesantemente y los días se apagaban alrededor de las cinco de la tarde.
La princesa vivía en su torre, un poco por elección, otro porque la realidad casi la inducía a hacerlo. Habían expirado ya los tres meses de su visa turística y se encontraba “ilegal” en este país del viejo mundo. No podía trabajar ni tener actividades que la expusieran a las autoridades (que ahora están bastante más rígidas de lo que muchos piensan), y conocía el paraje de memoria. La lluvia y los días tan cortos no ayudaban.
La princesa, de todos modos, vivía contenta en su torre. En este palacio del S. XII, en el último piso (como toda princesa que se precie de tal, encerrada en una torre) con las comodidades del caso: calefacción central, Notebook, LCD de mil pulgadas, DVD y todos los aparatos electrónicos existentes en este planeta, incluido un “lavaplatos”, invento maravilloso si los hay.
Pero la princesa no era feliz, porque las princesas de los cuentos siempre están tristes. Vivía con el príncipe que la había rescatado del terrible mounstro de la decepción de un antiguo amor desencantado. La había recuperado de las garras del dolor y la había cobijado en su palacio, que sin querer se había transformado con el correr del tiempo, en su torre.
Y aquí es donde entiendo por qué los cuentos de princesas terminan en el momento del rescate, y su final se limita aun ambiguo “y vivieron felices por siempre”. Porque nadie se atreve a contar el después. Pero yo sí, y aquí va:
El príncipe intentaba complacerla de todas las maneras posibles, le cocinaba, la llevaba a muestras de arte, al cine, a la casa de sus amigos y de sus padres. Ella estaba encantada con tantas atenciones, y de hecho, sentía que su día comenzada cuando el sol se ponía y llegaba su príncipe a casa, después de un día de trabajo. Ese mágico momento donde todo cobraba sentido, justificaba los interminables días en la torre.
Y el tiempo seguía pasando entre trámites burocráticos que no se movían en sus oficinas públicas, esperanzas de un permiso que nunca llegaba y discusiones acerca del futuro.
Un día decidieron que lo mejor era que la princesa abandonara la torre para retornar a sus lejanas tierras al otro lado del mundo. Ese lugar donde sus familiares y amigos iban a devolverle la sonrisa constante, que por ese tiempo se había convertido casi en una mueca. El príncipe, por segunda vez, la rescataría poco después. Viajaría a los confines del mundo a buscarla.
Y así fue como emprendió el camino de regreso a casa. Con el corazón hinchado de tantas ilusiones, con la alegría de ver a su gente y disfrutar del sol y el verano de aquellas lejanas tierras.
El mes se les escapó de las manos como si fuese arena, como siempre sucede cuando todo parece perfecto.
Y el príncipe llegó un mes más tarde como lo había prometido. Pero al día siguiente, le declaró a la princesa que “estaba confundido”, que no podía llevarla de regreso al viejo mundo, porque “no estaba en condiciones de asumir semejante responsabilidad”.
La princesa no daba crédito a lo que escuchaba. Parecía una broma cínica y de pésimo gusto. Pero era verdad... Luego de unas horas de justificaciones, excusas y disculpas, ella no pudo menos que aceptar la realidad.
5 comentarios:
ke lindo como lo contas.....me gusto mucho el final
te quiero linda
mañana nos vemos
besote
Si decís que esto es un comentario, no estás capturando su esencia.
Si decís que esto no es un comentario, estás ignorando los hechos.
No se puede decir con palabras, y no se puede decir sin palabras.
Ahora, rápido, decíme qué es.
no hay principes
solo doncellas
soy robot
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